EDITORIAL: SALIR DEL CLÓSET IDEOLÓGICO

Hay un mantra con aires de pancarta entre progres de todo pelaje que dice que vergüenza es robar. La frase original, acuñada por Olmedo en uno de sus sketchs, era un poco más larga: Vergüenza es robar y no llevar nada pa’ la casa. Ni lerdos ni perezosos, la frase mutilada pasó rápidamente al bagaje del lenguaje político como lo hizo su primo lejano, el Violencia es mentir de los Redondos, que en manos de la corrección política se convirtió en una ecuación de términos intercambiables donde todo termina siendo violencia o mentira, incluso la verdad.

De ambos lados de la grieta algo saben de vergüenza. De cómo perderla, aprender a vivir con ello e incluso ganar elecciones podría dar cátedra uno de los lados, el que ahora está en el poder. De ese lado está el político que se sube a un cajón de manzanas en su balcón de Puerto Madero y acusa a sus vecinos a los gritos de ser cómplices del capitalismo. El kirchnerismo, o como sea que se llame ahora, es una contradicción con patas, un animal político y mitológico que termina vertebrándose más a partir de lo que carece, que es vergüenza, que de lo que cree, que puede ser cualquier cosa que sirva para la ocasión. Vergüenza es robar, pero más vergüenza todavía es robar y que te voten igual: algún día deberemos hacernos cargo todos de eso.

De este lado de la grieta nos define un apetito insaciable por la vergüenza. Nos da vergüenza reconocer y aceptar lo que somos, referirnos a nosotros mismos sin eufemismos culposos (el equipo, por ejemplo, en lugar de un partido); nos da vergüenza hablar fuerte y decir infectadura; nos da vergüenza que alguien pueda pensar que en un enfrentamiento entre un par de policías y una horda de tirapiedras estamos del lado de los policías; nos da vergüenza poner límites, marcar la cancha, hacer algo por el otro y que los sinvergüenzas nos lo echen en cara; nos da vergüenza decir que vivir en libertad tiene su precio, que las cosas valen lo que valen, que no hay que acogotar a impuestos al que trabaja y produce. En la grieta hay mucha vergüenza, pero la tenemos toda nosotros.

Tenemos que salir del closet ideológico en el que nos encerramos nosotros mismos, aceptarnos tal cual somos. Representamos una serie de valores e ideas y a todos los argentinos que se encolumnan detrás de ellas: que el esfuerzo vale, que no se puede vivir sin un orden elemental, que el que hizo méritos debe ser recompensado, que el que toca un peso se tiene que ir, primero a su casa y después a donde lo determine la Justicia; que no estamos condenados a vivir en un país que inaugura hoy lo que volverá a inaugurar mañana; que queremos y podemos vivir en un país libre, conectado al mundo y que no ande tirándole flores a dictadores y psicópatas. Por último, y quizás lo más importante tras estos meses de encierro y en los márgenes de lo que a todas luces parece ser una nueva encarnación del viejo proyecto de poder con los tics autoritarios de siempre, tenemos que dejar, de una vez por todas, de sentir vergüenza por haber perdido una elección, dejar de flagelarnos con el látigo de lo que podría haber sido, y empezar a pensar cómo ganamos la que viene.

2 Comments

  1. Muy bueno. Pero para la que viene quiero un hombre horrado y patriota y hasta ahora no lo conozco. Tenemos denuevo a estos delincuentes porque el anterior no hizo nada de lo que prometió. Hay que tener coraje y terminar con sindicalistas millonarios y trabajadores pobres. Hay que tener ganas de sacrificarse por un país que está al borde del precipicio. Y alargar un poco los períodos electorales para que no pienses solamente en ganar y no hagan nada. Y así puedo escribir un libro de todo lo que hacen mal

  2. Lamentablemente, hace más de 70 años que nos mienten goebbelianamente, sistemáticamente, y como su ideología es PODER Y CAJA, la corrupción se torna infinita. pero como los niveles culturales han sido reducidos día a día, mucha gente ya no lee y mucho menos historia seria, y los sub-40 para abajo lo ignoran todo. Y los votos vienen (más allá de un núcleo duro), de los antisistema y de los buenistas de sofá, que sufren también las fragilidades de la democracia constitucional Occidental. La moral y la decencia se han reducido mucho.

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