EL RELATO DE LA CIENCIA ANTE EL ABISMO TECNOLÓGICO

Esteban Bullrich

Hay una frase un poco exagerada, aunque no carente de verdad, que está circulando estos días: se ha vuelto más caro comprar una computadora nueva que un auto usado. Más allá de la broma, la frase sirve como disparador para hablar de un problema serio: ¿en qué medida esta brecha, cada vez más amplia, entre lo que vale un peso y lo que vale un dólar, puede repercutir en la capacidad de la Argentina para seguir en la carrera de la industria del conocimiento?

Uno de los mitos fundacionales del kirchnerismo señala que la Ciencia, entendida como una borrosa amalgama de soberanía del éter, satélites, la feria de Tecnópolis, papers de sociología y el Taiwán fueguino, vivió una edad de oro en la llamada Década Ganada. Sin embargo, es evidente que este cientificismo telúrico de la Patria Grande no dejó el mismo recuerdo en los corazones que en la capacidad instalada del país: hoy no estamos en condiciones de sustituir importaciones y producir localmente insumos y maquinaria indispensables para la producción. No lo estuvimos en 2003, ni en 2015, ni ahora, en 2020.

La combinación de cuarentena más las ya tradicionales -y a veces ideológicas- dificultades para importar que impone el kirchnerismo nos enfrenta al peor escenario posible: cierre de PYMES y dificultades innumerables para las que todavía sigan en pie tras la cuarentena. El Gobierno tiene la obligación de trabajar, a la par de la contención sanitaria y social, sobre un escenario de incentivos, la importación de insumos y partes indispensables para la reactivación económica. 

La vida útil de todos los artefactos que usamos ahora para trabajar, conectarnos con el mundo y mantener nuestros lazos afectivos, expirará en algún momento. De no mediar una política de estado en ese sentido, reponerlos se volverá cada vez más costoso y el acceso a sus beneficios será cada vez más restrictivo. Dependerá de la inteligencia de la clase política en su conjunto para que la brecha entre ricos y pobres no pase a ser también la brecha entre los que pueden permanecer conectados al mundo y los que ya no.

Durante buena parte de la década pasada la Argentina sostuvo un relato que elevaba la ciencia argentina a la categoría de Vaca Sagrada. Hoy, que nos asomamos a un abismo desconocido, es necesaria una estrategia terrenal, pragmática y desapasionada para salvar lo que todavía queda, y tratar de engancharnos nuevamente a esa locomotora compleja, difícil y a veces contradictoria, pero la única a fin de cuentas que todavía sigue avanzando, que es el mundo globalizado.

Esteban Bullrich es senador nacional. Fue diputado y ministro de Educación de la Nación y la Ciudad de Buenos Aires.

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