Por Oscar Ghillione
Años de experiencia acumulada, miles de complejas regulaciones puestas en marcha, incontables ladrillos y cables a la vista, patios, pizarras, carteleras… ¿y ahora cómo seguimos?
Mientras oficialistas y opositores del relato educativo en todo el mundo invierten tiempo y recursos en tener razón y lograr mayor poder, control y agenda, día a día, estudiantes y educadores de todos los continentes deben tomar decisiones sobre cómo seguir enseñando y aprendiendo.
La pandemia amplifica los desafíos y las desigualdades que enfrentan los/as estudiantes más marginados/as y anticipa lo que sucederá con la distribución del impacto de la crisis en términos de pobreza. La “nueva pobreza” se distribuirá proporcionalmente en mayor medida entre los más pobres y no de manera igualitaria entre toda la sociedad.
En ese contexto, la educación retoma su lugar activo (y esperanzador) de “paréntesis” entre las desigualdades de origen de las personas y su futuro.
Es por eso que la “nueva normalidad” educativa no puede resolverse con una apuesta total y homogénea hacia la virtualidad como reproducción “holograma” de aquello que teníamos, y transformarse en una secuela desdibujada. No puede tampoco sostenerse con soluciones de compromiso en el mediano plazo, desperdiciando lo único bueno que este tiempo acerca: la oportunidad de repensar e impulsar a la educación para que esta generación de jóvenes pueda alcanzar todo su potencial. Es necesario, en ese sentido, trabajar hacia un conjunto amplio y holístico de nuevos procesos y resultados para que todos/as los/as estudiantes adquieran los conocimientos y desarrollen las mentalidades y habilidades necesarias para navegar el mundo incierto y complejo que los/as espera.
Esta oportunidad se desarrolla de la mano de una nueva configuración de la presencialidad y de nuevos roles y responsabilidad para estudiantes, educadores y familias en el proceso educativo. Esta escuela “ampliada y renovada” se irá construyendo sobre nuevos paradigmas mucho más flexibles, autónomos, horizontales y orientados a la tecnología que antes. No se perderá el norte, el/la estudiante seguirá en el centro y el factor humano será irremplazable, sólo que para seguir convocando mentes y corazones tocará ver cómo se adaptan y renuevan los/as responsables del sistema en cuestión. El rol de los estados deberá ser el de asegurar las condiciones de posibilidad para que esto suceda pronto y bien.
Al adoptar un enfoque centrado en las personas será cada vez más necesario invertir en identificar y desarrollar docentes y líderes educativos dinámicos y dedicados en todo el mundo, removiendo de su desarrollo profesional las barreras y obstáculos excesivamente burocráticos y corporativos para que puedan moverse mucho más rápido, estén conectados/as entre sí y trabajen en red junto a sus comunidades. El “recurso” más importante de esta encrucijada en la que se encuentra el mundo es el/la docente como líder creativo, innovador y emprendedor de este proceso de transformación y cambio.
No es simple voluntarismo, es una visión compartida, anclada en la realidad y comprometida con la justicia y la humanidad. Es reimaginar las reglas y compromisos hacia un sistema que contenga un propósito superador de las desigualdades, fronteras y diferencias que hoy nos impiden avanzar. Es poner el acento en lo importante, construyendo puentes hacia adelante, hacia donde (irremediable y afortunadamente) vamos.
En esto, claramente, los/as docentes son llamados/as a ser protagonistas.
Oscar Ghillione es Director General de la Escuela de Maestros de la Ciudad de Buenos Aires.