
Por Marina Prati
Otra vez el aborto tiene que esperar: lo que se reconocía urgente parece que no lo es tanto; lo que se declamaba como derecho fundamental en campaña se silencia durante la gestión.
Lo que más indigna es la hipocresía. Los argumentos del gobierno para posponer el debate sobre el aborto no resisten el mínimo cuestionamiento lógico. Dicen que la legalización del aborto estresaría aun más el sistema de salud en un contexto de pandemia. ¿Son más importantes las muertes por COVID que las que suceden por abortos mal practicados? ¿Y dónde van las mujeres que, producto de la ilegalidad del aborto, tienen complicaciones y deben ser atendidas? ¿O el gobierno insinúa no se están practicando abortos clandestinos porque estamos en cuarentena?
Dicen también que no es razonable tratar un tema tan complejo sin sesiones presenciales de los diputados y senadores. Este argumento podría ser aceptable, excepto que el Presidente promovió sin dudarlo, en esta misma época de sesiones virtuales, una reforma judicial que modificará profundamente la vida institucional de la Argentina. ¿La excusa que es válida para el aborto, una política de salud, no lo es sin embargo para la reforma integral de uno de los tres poderes de la República?
Lo que empieza a hacer ruido es la alianza imposible entre el Presidente y el Vaticano; un presidente que usa la agenda de género como escudo, y una institución religiosa que se declara abiertamente en contra de la soberanía de las mujeres sobre sus cuerpos. En esa alianza que no es un secreto para nadie se condensa la hipocresía de Alberto Fernández, que se pone la corbata verde para anunciar la creación de direcciones de género y manuales de lenguaje inclusivo, pero que frente a las verdaderas urgencias nos explica que tenemos que esperar. Una mínima muestra de respeto a las mujeres sería hablar con claridad y transparencia sobre las intenciones, las prioridades y los alcances reales de la agenda de género que dice promover. Y una necesaria muestra de respeto por la democracia sería comunicarnos qué rol juega en su gobierno el papa Francisco, a quien muchos argentinos respetan y admiran, pero que ninguno votó.
Lo que también hace ruido, un ruido cada vez más insostenible, es el silencio de tantas militantes feministas que hace dos años pintaron el país de verde y marcharon por la legalización del aborto y ahora aceptan, enmudecidas, que se diluya en el olvido. Con este silencio muestran que sus intereses partidarios están muy por encima de su militancia feminista, o peor: que usaron la causa feminista para ganar votos para ese partido. Con honrosas excepciones, casi no se escucharon esta semana voces de protesta por la decisión del Presidente. Es un feminismo muy raro este, que acepta mansamente que un hombre poderoso le imponga los tiempos a su lucha. Afortunadamente hay en Argentina espacios
feministas independientes, con la autonomía política necesaria para superar las trampas que este poder nos quiere poner en el camino.