EL EFECTO FILOMENA

Por Rosendo Fraga (h)

Aprovechando que todos van a estar hablando sobre la marcha del 17 de agosto, voy a detenerme brevemente en un aspecto menor, pero significativo, que ocurrió la mañana anterior a la marcha, y que rápidamente se expandió por las redes sociales.

Hablo de la imagen de Carla Vizzotti y Alejandro Costa haciendo la coreografía de la payasa Filomena, justo en el momento y lugar en el que se anuncian, todos los días, los nuevos muertos y contagios de esta pandemia que puso, y pone, todo patas para arriba.

Confieso que no estaba viéndolo por la tele cuando sucedió. Recibí una imagen por WhatsApp que me llamó la atención. Podía ser un fake, excepto por un motivo que imagino que en la política de Finlandia es intentendible, pero aquí, en la nuestra, lo es todo: la verosimilitud. Es que ver a una payasa sentada a la izquierda de Vizzotti dónde siempre la veíamos, con una templanza y solidez envidiables, hablarle al país, era verosímil, algo que puede suceder, aunque no entendamos por qué sucede. Es esa verosimilitud la que hace que los argentinos seamos como somos. Y, también, que Finlandia sea Finlandia.

Lo primero que uno tiene que preguntarse en estos casos es si había necesidad o no. Y la respuesta, lamentablemente, es no: no había necesidad. Para ponerlo en perspectiva: que los 300 espartanos de Leónidas se atornillaran en las Termópilas para no dejar pasar a los persas era necesario; que Vizzotti y Costa actuaran con la payasa Filomena en la conferencia de prensa, no.

Y acaso si la vida de Costa y Vizzotti dependiera de su performance con la payasa Filomena, como en una especie de Juego del Miedo retorcido, siempre está la opción de cerrar la conferencia y dejarla a Filomena hacer lo suyo para los chicos. Y a otra cosa.

Todo es discutible y hay quienes piensan que lo que pasó con Filomena no está mal, que son cosas distintas, sí, y que tal vez no era el mejor momento para juntarlas, de acuerdo; pero que andar quejándose de eso es de pacatos, de viejos vinagres. Sin embargo, nadie puede negar que es probable que no vayamos a ver otra vez lo que vimos el domingo; pasará mucho tiempo hasta que veamos de nuevo a un funcionario de ese nivel, en el medio de una pandemia o fuera de ella, compartiendo una conferencia de prensa con una payasa. Y eso tiene que significar algo.

Más allá de el timming, que no fue bueno; del lugar en el que decidieron hacer el baile con la payasa (que, reiteramos, fue gratuito y poco oportuno); y de que el oficialismo se arriesgó a darle un banderín a la oposición el día antes de una marcha, hay un cuarto problema, para mí el más importante de todos, y es qué le hicieron a Carla Vizzotti.

Es legítimo pensar que alguien ahí no la cuidó. Es como lo del perro que ladra: si tiene cuatro patas, un colchón y sábanas, entonces es una cama. Con esto no queremos decir que le hayan hecho una, pero que se parece un poco a una, se parece. Vizzotti no es cualquier funcionaria de Salud: es una versión mejorada de Ginés que no se equivoca nunca, una funcionaria que transmite seguridad y cercanía. Es, con una elección en camino y un nivel de conocimiento que envidiaría el 80% de los políticos argentinos, una posible candidata en un espacio político que no es muy dado a sacar nombres de la galera y siempre va a lo seguro. 

En la política argentina nunca está dicha la última palabra y todo puede pasar; pero es probable, porque lo que tiene de imprevisto también lo tiene de implacable, que estas imágenes reaparezcan una y otra vez si alguna vez Vizzoti decide pegar el salto a la política. Todo eso, recordémoslo, por la urgencia de hacer algo que realmente no necesitó nadie. Por eso, siempre conviene recordar que “porque puedo” nunca es, en política, una buena razón.

Rosendo Fraga (h) es periodista.

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