17 DE AGOSTO: LA REBELIÓN DE LOS MANSOS

La marcha del 17 de agosto sin dudas marcará un hito en nuestra historia reciente: una parte importante de la población mostró una vez más que no está dispuesta a sucumbir ante el miedo y decidió salir a las calles para defender sus valores, aun en medio de una pandemia.

Alberto Fernández días atrás dijo que la primera condición para ser libres era estar vivos, sin comprender quizás el estado de desesperación de los ciudadanos a los que gobierna, que además de tolerar las prohibiciones que impone la cuarentena, ven cómo el Gobierno avanza en una agenda que erosiona sin disimulo el sistema republicano.  

Por más que el Gobierno intente (mal) demostrar lo contrario, lo que vivimos el lunes no responde a liderazgos y partidos políticos: es una expresión libre y soberana de la voluntad de los argentinos de a pie. Fue esta condición de movimiento libre la razón por la que, en un intento por encontrarle un nombre el año pasado durante la elección, se llamó a este fenómeno “la rebelión de los mansos”: la acción que lleva a la mayoría silenciosa a ganar las calles sin estructuras partidarias o estatales, sin dinero y sin desmanes.

Este movimiento pacífico y masivo surgió en 2008 durante las marchas en apoyo al campo y continuó, en los años siguientes, con consignas contra la inseguridad, la corrupción y el avasallamiento institucional. Estas movilizaciones persiguieron al cristinismo hasta el último año de su mandato, cuando la marcha convocada tras la sospechosa muerte del fiscal Nisman le marcó la cancha al gobierno a comienzos de ese año, en el que viviría su derrota electoral más importante. Parte de ese espíritu reapareció sorpresivamente durante el último tramo de la campaña electoral de 2019, en la que el ex presidente Macri, recorriendo el país y su territorio, logró acortar la distancia entre el resultado obtenido en las PASO y el de la elección general. Sin esa movilización y ese repunte, hoy la historia de la Argentina sería distinta.

El kirchnerismo siempre ha tenido dificultad para comprender estos movimientos espontáneos. El hecho de que raramente haya sido partícipe de un fenómeno de esas características puede ayudar a explicar por qué no puede entender su dinámica y su lógica. Para el kirchnerismo todo es político, incluso lo que no lo es.

El actor Luis Brandoni grabó un video convocando a la manifestación y por ese motivo, con más virulencia que otras veces, fue blanco de ataques de voceros del gobierno como Aníbal Fernández y el periodista Diego Brancatelli, entre otros. También hicieron lo propio otros referentes de la cultura militante, como Coco Silly o Laura Azcurra, esta última tildándolo de machista e ignorante por atreverse a criticar el silencio selectivo del colectivo de actrices. 

De este lado de la grieta no hay mesías, próceres ni líderes supremos e infalibles. Tampoco hay enemigos invisibles o fabricados a medida. Lo que hay son miles de personas que no comparten la mirada sobre la realidad que tiene el Gobierno, personas que han llegado a un límite y trazan una línea: hasta acá pueden llegar; más allá, no. 

Sin darse cuenta, el kirchnerismo con sus críticas enaltece la figura de Brandoni y lo convierte en un símbolo. Curiosamente, lo último que necesita el Gobierno en este momento. El “Beto” no es ni San Martín, ni Belgrano: es un simple actor que se anima a decir lo que piensa en voz alta y sin miedo. Pero no hay que engañarse: al kirchnerismo lo que más le molesta no es lo que Brandoni dice, sino que pueda decirlo. Su condición de actor viene a echar sal en la herida, porque Brandoni les copa la parada en la seguridad de su patio trasero: el de los actores.

El odio del kirchnerismo a Brandoni por decir de forma pacífica lo que piensa no se limita sólo a él. También lo han sufrido en carne propia referentes del campo social, como Margarita Barrientos; el director de cine argentino más exitoso de los últimos años, Juan José Campanella; o el cómico Alfredo Casero, al que han intentado borrar, sin éxito, de la vida cultural argentina a fuerza de boicots. Estos casos, que son los más resonantes aunque no los únicos, desnudan en última instancia el verdadero problema de fondo: el kirchnerismo no puede entender lo que no puede corromper.

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