El 25 de julio el presidente de la Nación sorprendió (literalmente) al mundo cuando anunció en una entrevista en el Financial Times que no creía en los planes económicos. Lo hizo mientras Guzmán negociaba a capa y espada un acuerdo con los bonistas que finalmente salió, aunque el festejo le duró 3 días. Ahora que ya llevamos seis meses de este experimento de kirchnerismo con pandemia, hay que reconocer que hay otras dos cosas en las que el presidente no cree: en el valor de la palabra y en la necesidad de la empatía.
Cuando el presidente dice que a la Argentina le fue mejor con el Covid que con Macri hay que enojarse menos y preocuparse más. Porque es una evidencia muy impactante de que Fernández no tiene una idea siquiera aproximada del daño que está generando la cuarentena. Detrás de esta chicana, tan fácilmente refutable, se esconde un problema de fondo, y es el que tan acertadamente ha definido Laura Alonso en la entrevista que pueden leer en este número de Republicana: un buen operador no necesariamente es un buen líder.
Es duro decirlo, y más difícil reconocerlo, pero el presidente ya no es creíble. Se ha expuesto de una forma asombrosa anunciando picos (su próximo pronóstico afirma que llegará a comienzos de septiembre), expropia pero se arrepiente, dice enterarse por los medios de los desastres que proponen en su nombre sus subordinados y se niega a decirle a la Oficina Anticorrupción quién fueron sus clientes antes de ser presidente. Y esto es solo una muestra. Si nos dice en la conferencia de prensa donde anuncia la prolongación de la cuarentena que ya no hay cuarentena, ¿por qué habríamos de creerle en todo lo demás?
Ahora que empieza lentamente a bajar el agua los números que asoman son aterradores: 1 de cada 4 argentinos necesita ayuda para comer y desde el inicio de la cuarentena medio millón ha perdido su empleo registrado. Para fin de año, uno de cada dos argentinos será pobre, condición que también compartirá el 63% de los niños del país. Pero eso sí: todos tendrán una Corte Suprema con más miembros. La Reforma Judicial es la madre de toda esta falta de empatía: ¿cuánto tiempo deberá transcurrir para que lo que hoy es un proyecto a contramano de la realidad se termine convirtiendo en una provocación?
El manejo de la pandemia se llevó adelante también con una sorprendente falta de sensibilidad que desnudó esa palabra devaluada. Aquel que se resistió a fundirse fue tildado de anticuarentena, de ángel de la muerte, de oligarca con una pyme. Ahora el Rey está desnudo: el plan es que no hay plan y hay que sentarse a esperar a que llegue alguna vacuna allá por 2021. Al momento de escribir estas líneas la Argentina ha superado la barrera de los 10.000 contagios diarios. No hace falta ser científico para darse cuenta que esperar los próximos seis meses la llegada de una vacuna cuando el país está teniendo estos números, sólo puede significar que nos queda por delante recorrer un camino que será muy doloroso.

Hablando de ciencia. Algo que comenzó siendo un eslógan sin asidero terminó, de rebote, encerrando algo de verdad: este es un gobierno de científicos, en la acepción más fría y desapasionada del término. Este grado de burocratismo llegó a su pico máximo cuando una joven en Córdoba debió morir sin ver a su padre, como era su última voluntad, porque el hisopado dio un resultado dudoso. La negativa del presidente a dejarse asesorar por alguien que no pertenezca a la casta de infectólogos que todo lo prohíben guarda estrecha relación con lo que ocurrió en Córdoba y con todo lo que pueda llegar a ocurrir en el futuro.
Un momento especial y significativo se vivió estos días cuando el presidente se reunió con la madre de Facundo Astudillo, el joven desaparecido en el sur de la provincia de Buenos Aires. Como el perro de la familia murió en uno de los rastrillajes, el presidente decidió regalarle un sobrino de Dylan, su famoso perro. La conclusión a la que llegó la madre de Astudillo tras ese encuentro y ese regalo dicen más sobre la falta de empatía y la devaluación de la palabra que todo lo que hemos intentado expresar y explicar en esta editorial: “La política no me trató bien, pero me llevo un perro”.