Ayer sucedió algo que, sólo el tiempo dirá, podrá ser un punto de inflexión para la democracia argentina: el congreso sesionó virtualmente a pesar de que el acuerdo para hacerlo en esa modalidad ya había caducado. La oposición asistió al recinto y desde ahí fue ignorada por el presidente de la Cámara, Sergio Massa. En un caso que desafía cualquier lógica, los ausentes estaban sentados en sus bancas, y los presentes en el living de su casa. Para que aprendan los suecos.
La necesidad de la bancada oficialista en seguir legislando por Zoom es entendible: cuanto menos pongan la cara todos, mejor. Tan obviamente a medida es el traje de la reforma judicial que precisan garantías de que la votación será lo más impersonal posible. Nada de discursos, nada de preguntas, nada de miradas: todo a mano alzada, cerrar la compu y después a rezar por lo que viene.
Se van despejando las dudas: en términos políticos, y posiblemente también económicos, la Argentina vive su peor momento desde el retorno de la democracia. La sociedad está partida. La grieta es tan profunda que ambos bloques ya no tienen un sustrato común que los una en el fondo: ya son dos bloques lejanos que flotan a la deriva. A ello no hay nadie que ayude más que el presidente, que con el correr de los días y con la crisis taladrando las últimas defensas, se torna cada vez más nervioso y errático. Quedará para la arqueología descubrir dónde fue a parar aquel profesor universitario que tocaba la guitarra y andaba de acá para allá con su simpático perro. Lo único que hoy sabe transmitir el presidente, y lo hace muy bien, es incertidumbre.
Lo que sucedió ayer en el Congreso es sólo un ejemplo, muy importante, de algo que comienza a verse en otros ámbitos: el Estado se está corriendo. El ejemplo más brutal de este abandono, del estado nacional entrando en modo avión, son las usurpaciones. Frederic, a esta altura, ha hecho méritos para pelearle codo a codo el puesto de peor ministro de la década al golpeado pero vigente Ginés. Dice mucho de ambos el hecho de que mañana pueden enrocarse y pasar cada uno a ocupar el ministerio del otro y nadie se daría cuenta: es imposible determinar cuál lo haría peor en los zapatos del otro. Mientras tanto, cada vez más argentinos viven con miedo, por más que Sergio Berni juegue al policía malo y policía peor por las redes. Los argentinos viven con miedo y sin Estado.
Se van despejando las dudas que surgieron el mismo 10 de diciembre de 2019, cuando Alberto Fernández asumió la presidencia. En esos días, el interrogante más importante era uno solo: ¿cómo hará el kirchnerismo para gobernar, esta vez, sin plata? Después de 150 días de cuarentena -mal que le pese al presidente-, de 6 meses que arrasaron con todo, a esa pregunta original hay que adosarle hoy una nueva: ¿cómo hará para gobernar sin plata, pero con pandemia?
El principio de esa respuesta pudo haber comenzado a ensayarse tibiamente ayer. En esta, que parece ser nuestra hora más oscura, ¿intentará el kirchnerismo legislar con medio Congreso? ¿O arbitrará los medios necesarios para que el poder legislativo funcione otra vez como corresponde?