Se ha dicho muchas veces que existen pocos antecedentes en la política mundial de un vicepresidente eligiendo a su compañero de fórmula.
Esa anomalía, nada tuvo que ver con la generosidad política de la que Cristina Kirchner habla en la carta que publicó en estos días, sino más bien, con lo que el kirchnerismo estuvo dispuesto a resignar para volver al poder.
La estrategia culminaba con un Alberto Fernández -que siempre había sido un mero operador tras bambalinas- haciendo exactamente lo que más sabía hacer: operar para sellar acuerdos y de esa forma convertirse en presidente, pero sobretodo, en un garante entre el kirchnerismo y el peronismo más tradicional.
Con este objetivo, Cristina Kirchner, se disciplinó a si misma en algo que era inimaginable: el silencio.
Aquel fue quizás su sacrificio más grande y algo que, paradójicamente, tuvo en común este año con su archienemigo, Mauricio Macri: aprender a callar mientras Fernández se atribuía al mote de piloto de pandemias .
Los dos polos de la grieta, aguardaron su momento, ella articulando y ganando espacios desde las sombras y él, lamiéndose las heridas; hasta que decidieron recuperar el protagonismo político en las últimas semanas.
¿Qué cambió?
La certeza de que este proyecto político de coalición peronista ha naufragado.
“La Argentina es ese extraño lugar en donde mueren todas las teorías”, escribió la vicepresidenta en su carta del lunes pasado. Y luego hizo algo que, en teoría, solo pueden hacer los presidentes: convocar a un gran acuerdo nacional
Lo cierto, es que lo que muchos suponíamos que pasaría, está sucediendo: la inevitable crisis de una alianza ensamblada para ganar una elección y que hoy solo se traduce en caos.
Alcanza sólo con ver a quien preside la Cámara de Diputados, Sergio Massa, buscando re-perfilarse a base de slogans de la “derecha”, mientras, apoyado por el duhaldismo y el peronismo residual, saca del ropero el traje de presidente que tiene guardado desde hace años.
O a la alianza Papal, que cruje con cada proyecto de legalización del aborto que Fernández amaga con presentar y que la iglesia utiliza como excusa ideal para mostrar su faceta crítica y despegarse de la catástrofe.
Señales del naufragio inminente, hoy se encuentran entre empresarios, sindicalistas, periodistas y famosos que están al grito de “a los botes”, mientras el monaguillo preferido del Papa, Juan Grabois, apaga el incendio con nafta, alentando tomas de tierras que desprenden un aroma a 2001 en la memoria colectiva de los argentinos. Solo hace falta un chispazo.
La tormenta que viene parece ser tan grande y el barco tan maltrecho, que amenaza con arrastrar para siempre al kirchnerismo hasta las profundidades.
Quizás por eso, Cristina Kirchner, ni lerda ni perezosa, eligió el día del aniversario de la muerte de Néstor, para empezar a tramitarse su salvavidas.