Por Nicolás Roibás
La muerte de Maradona impuso la dimensión humana sobre el mito. En una Argentina adicta a la deificación de sus ídolos populares, la realidad pudo más que el relato y el Dios murió cuando el cuerpo se hizo cadáver. El luto y el circo dejaron algo en evidencia: Diego no había sido grande por su condición de Dios, sino por su “ser” humano, repleto de errores y contradicciones, un ser que, desde su lugar, hizo cosas extraordinarias.
Como sociedad, hemos cometido un pecado con otros mitos populares: creer que el pasado es maleable. La naturaleza caprichosa del relato, insiste en tergiversar, una y otra vez, lo incómodo y lo indeseable de estos personajes cuando pasan por la entronización popular. Se inventan historias, pasados y proezas. Y así aparece un Maradona adaptable a los ideales de algunos sectores. Un Maradona que puede ser feminista, solidario y buen padre, en contraposición a la verdad. Como también sucedió con el Che Guevara, Evita, Domingo Faustino Sarmiento y muchos más.
¿Es posible para una sociedad admirar a sus ídolos más allá de sus errores y evitar la tentación de disfrazarlos?
Quizás por la falta de respuesta a esta pregunta, es que seguimos debatiendo nuestra historia permanentemente.
Esta dicotomía de buenos y malos, parece tan falsa como la idea de que las equivocaciones aniquilan a los logros y que los errores en vida se borran con la muerte.
Podemos y debemos ser libres de amar u odiar a nuestros ídolos y de homenajearlos como nos plazca. Pero no de colgarles pañuelos verdes o celestes para ajustarlos a nuestros credos. No somos libres de faltar a la verdad hasta el absurdo.
Nos cuesta dejar a nuestros muertos en paz y , en vez de eso, los hacemos portadores de nuestras banderas circunstánciales. En esas actitudes, como argentinos nos descubrimos adolescentes, ciudadanos de un país que se desconoce a sí mismo y que se ve enredado a un revisionismo histórico eterno. En una búsqueda de identidad que ya no puede darse el lujo de prescindir de nadie.
Si no estamos dispuestos, si no logramos resistirnos a ese afán de ideologirzarlo todo, al final del camino solo nos quedará una Nación hecha de gente confundida.