Durante los días posteriores a las PASO 2019, una de las frases que más sonaban desde dentro las filas del macrismo era: “no volvamos al pasado”.
El problema era que, por aquel entonces para muchos ciudadanos, el pasado no era percibido como algo necesariamente negativo, al menos, en términos económicos. Ante las turbulencias del último año del gobierno de Mauricio Macri, para una buena cantidad de votantes, ese pasado era algo a lo que aferrarse. Lo malo conocido, en contraste con la incertidumbre.
Dentro de ese 48% que veía con cierto optimismo el retorno del kirchnerismo al poder, nadie parecía comprender que aquel concepto de “pasado” del que se hablaba en los discursos electorales de Juntos por el Cambio, abarcaba muchas otras cosas.
Aquel era un sector de la población que había decidido mirar hacia el costado, aún cuando todos sabíamos que con el kirchnerismo venían de la mano la corrupción y el avasallamiento de las instituciones.
Sin embargo, había algo peor a eso, algo más profundo y que tenía que ver con la incapacidad de ese espacio de proponer un futuro. Ese era el verdadero pasado.
La experiencia kirchnerista, ideológicamente, se había estructurado desde sus inicios en una mirada reivindicatoria del pensamiento de los años 70s. Luego de los 90s y el colapso de 2001, una gran parte de la sociedad estaba ávida de una transformación y, ese partido, había sabido llenar un hueco, apelando a un relato dramático y por sobre todas las cosas, gracias a una economía en expansión por los precios inéditos de la soja. Pero el “modelo” nunca había propuesto una mirada de futuro, sino todo lo contrario, el corto plazo era el mantra.
Hoy por hoy, ya con un año de pandemia a cuestas, el país sufre las consecuencias de no haber podido proponerse una mirada a futuro y sostenerla. La pandemia y las malas decisiones del gobierno de Fernández, terminaron por eliminar a la variable económica que le quedaba al populismo como rueda de auxilio para el florecimiento de una nueva “década ganada”. Esta, puede ser una de las razones por las que el gobierno nacional se encuentra desorientado y sin plan. Pero, además, hay otro factor que contribuye al desorden del kirchnerismo y que es algo que nadie había previsto y que está sucediendo: este espacio político está dinamitando su pasado.
La cuarentena dejó al descubierto las inconsistencias discursivas de un kirchnerismo que se ocupó de hacer trizas a las mismas banderas de las que había sabido apropiarse: derechos humanos, educación y diversidad. Este espacio, comandado por Cristina Kirchner y Alberto Fernández, en los últimos meses se obstinó en sostener detenciones arbitrarias y las escuelas cerradas. Sus alianzas principales con socios cuyos modelos autoritarios discriminan y criminalizan a las comunidades LGBT, mostraron su doble vara.
El kirchnerismo ya no tiene pasado, ni futuro, ni economía, lo que ha hecho que se convierta en el tipo de animal más peligroso: uno acorralado. Es por eso, que apela a recetas que nunca funcionaron, como el congelamiento de precios o las limitaciones las exportaciones de carne, en la búsqueda de dar bocanadas de aire que no hacen más que ahogarlo. Ese animal puede ser letal para la Argentina, porque, cuando se caen las caretas y los autoritarismos se desesperan, los ciudadanos nos encontramos con los peores rostros de las dictaduras.