MILITANCIA VS TALENTO.

Por Nicolás Roibás

Por estos días, el actor Marcelo Mazzarello acusó vía twitter a Florencia Peña de haber promovido su despido de un rodaje por motivos ideológicos. Esto sirvió para sacar a la luz un secreto a voces dentro del ambiente de la cultura: los artistas que no son políticamente afines al kirchnerismo sufren, en muchos casos, de discriminación ideológica.

Este problema trasciende la acusación de Mazzarello contra Peña, cuyos detalles solo conocen en profundidad sus protagonistas. Basta con hablar con algunos actores críticos de los gobiernos kirchneristas, para entender la situación claustrofóbica con la que conviven: miedo a quedarse sin trabajo o a no volver a ser convocados por sus opiniones. El miedo a no poder trabajar ha hecho que muchos artistas elijan el silencio o la simulación, y por ese motivo, el terreno cultural- en donde la libertad debiera ser esencial- se ha ido transformando en uno sectario. Algo muy bien retratado por el cineasta y escritor Juan Villegas en su libro “Diario de la grieta”.

El kirchnerismo durante muchos años buscó fidelizar a una parte de estos sectores a través de contratos artísticos y subsidios millonarios; y a partir de la utilización de la cultura como una herramienta propagandística, un modelo que encuentra como símbolo al Centro Cultural Kirchner -uno de los más importantes de Latinoamérica-llamado así no por la incidencia cultural del ex presidente, que es nula, sino como testimonio simbólico de poder. Pero también existe una responsabilidad de artistas, productores y empresarios que han elegido militar la imposición del pensamiento único como premisa principal en el campo cultural, ya sea por motivos económicos o ideológicos. Inclusive aquellos que tienen responsabilidades sindícales o institucionales y que han elegido mirar hacia otro lado cuando se trata de los problemas de algunos de sus colegas.

La cultura sectaria no es un fenómeno exclusivo de nuestro país sino que encuentra su forma más extrema en los autoritarismos a lo largo de toda la región, en donde los artistas disidentes han sufrido persecución ideológica, se han exiliado, o hasta han ido presos por sus ideas. En Cuba, muchos artistas terminaron por unirse a partir de un decreto de la dictadura por el que se censuraron las actividades culturales que se realizaban en domicilios privados y que empezaban a proliferar para evitar el control estatal; además de establecer un registro de artistas como condición para poder trabajar y la figura del “inspector” con potestad de suspender cualquier iniciativa cultural considerada contraria a la revolución. El régimen, sin embargo, tuvo una respuesta artística que le dio un cimbronazo a partir de los movimientos intelectuales, artísticos y sociales bien expresados en la canción “Patria o Vida”. El artista cubano Luis Manuel Otero Alcántara, coordinador del movimiento San Isidro y preso por la dictadura, ha sido elegido en estos días por la revista Time como una de las 10 personas más influyentes del mundo.  En Venezuela, la historia es similar, con un Estado que solo apoya a quienes son cercanos al régimen. Allí, además, los cierres de diarios, canales de TV y radios a partir de la ley mordaza y la posterior ley contra el odio hicieron estragos en términos de libertad de expresión y, por ende, en la cultura. Se censuraron las voces de artistas opositores al gobierno y muchos de ellos tuvieron que emigrar para ganarse la vida en países limítrofes. La depreciación de los salarios hizo casi imposible el consumo cultural interno. Los libros pasaron a ser bienes de lujo y los museos fueron copados por la narrativa oficial. Recientemente pudimos ver con espanto el caso del escritor Sergio Ramírez en Nicaragua, sobre quien pesa un pedido de prisión del régimen de Daniel Ortega por “incitar al odio” a partir de la publicación de su último libro. Motivo por el cual, más de 250 artistas de todo el mundo firmaron una solicitada en apoyo ganador del premio Cervantes. Nada de esto sería posible sin la anuencia de quienes militan estos regímenes sin un sentido crítico que trascienda lo ideológico, más allá de que en nuestro país la situación sea menos grave.

La buena noticia es que muchos artistas, no solo en argentina, si no que en la región, se están animando a decir lo que les pasa y a plantarse ante estas situaciones. El concepto de populismo ligado al progresismo se está poniendo en discusión en ambientes en los que no sucedía. Por más que algunos postulados como los del kirchnerismo hayan resultado atractivos para gran parte del universo artístico, cuesta no caer en una contradicción cuando se elogian políticas de ampliación de derechos, y por el otro lado, se coarta la libertad de diferir. El problema no es la militancia de los artistas, el problema es que esa militancia resulte en la exclusión de quienes piensen diferente al mainstream cultural y la desaparición de la libertad crítica, en un ámbito que la necesita para tener sentido. El problema es que la ideología se haya puesto por delante de cualquier cosa, incluso el talento.

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