El día jueves de la semana pasada el Presidente de la Nación, Alberto Fernández, salió por cadena nacional cerca de las 24 hs para condenar el atentado sufrido por la vicepresidente horas antes. Allí anunció un feriado nacional con la excusa de que la ciudadanía reflexione sobre los acontecimientos, aunque para los que seguíamos el discurso, quedaba claro que la intención era movilizar a la población.
Durante esas horas, todo fue confusión. La mayoría de los dirigentes de la oposición decidió solidarizarse ante la gravedad del hecho que se había dado en las puertas de la casa de Cristina Kirchner. Era lo correcto.
Durante esas horas empezó a germinarse el discurso que señalaba como responsables a los medios de comunicación, la oposición y la justicia. Miembros de todos los escalafones del gobierno insistían en este argumento, el mismísimo Presidente se ocupaba de reforzarlo.
No era un discurso nuevo del kirchnerismo, solo basta retroceder a los días de los banderazos durante la cuarentena para recordar cuando desde el gobierno se tildaba de “odiados seriales” a los manifestantes.
La marcha del día siguiente, la convocatoria a las mesas de diálogo, la gestualidad y los discursos; rememoraban la etapa de la Argentina en la que el kirchnerismo gozaba de buena salud electoral. Como espectáculo televisivo era muy bueno. Durante un día, el kirchnerismo sintió que había logrado la epopeya de meter a la población en una máquina del tiempo para volver a un pasado en el que no existían los problemas actuales. Se abrazaron en la Plaza de Mayo, se envalentonaron, cargaron de épica un intento de magnicidio. La fórmula de beneficiarse políticamente de los hechos conmocionantes se había usado algunas otras veces, quizás el recuerdo más vívido que conservamos es el de la muerte de Néstor Kirchner en el año 2010 con un velorio multitudinario y que desembocó posteriormente en una Cristina Kirchner logrando un 54% en una elección histórica.
Por un momento, quizás por un breve momento, algunos pensamos que el kirchnerismo había sacado otro conejo de la galera. Que conservaba aún la capacidad de llegar a los corazones de un sector de la población de clase media, como alguna vez lo había hecho en el pasado. Que mantenía intacta esa capacidad de manipulación; que había gente que aún era permeable al relato.
Pero ese viernes, mientras miles marcharon con consignas a la plaza provenientes de sindicatos, movimientos sociales, militancia, entre otros; miles de comercios también abrieron sus puertas en todo el país. Las provincias de Jujuy y Mendoza no se plegaron al feriado. Las personas continuaron con su vida, dentro de todo, normal. Quizás por eso, quienes proponían un paro general para el lunes siguiente, volvieron atrás en sus pasos. El kirchnerismo improvisó una sesión en el Congreso el día sábado, pero a nadie le importó y la gente siguió con su vida normal. El kirchnerismo gritó que todos los problemas eran culpa del “odio”; y a nadie le importó: la gente siguió con su vida normal. El kirchnerismo se encontró, no solo con que a nadie le importaba lo que pasaba, sino que, además, más del 60 por ciento de quienes opinaban sobre ello, no le creía a Cristina Kirchner. En poco tiempo, quedó claro que el gobierno no tiene ningún tipo de credibilidad en la población; aún peor, quedo claro que el kirchnerismo ha pasado a ser intrascendente para la mayoría de las personas.
No. La pelea del kirchnerismo no es contra el odio, contra la justicia, contra la oposición, ni contra los medios. La verdadera pelea del kirchnerismo es contra la instrascendencia. Lo aprendimos en estos días.