Por Nicolás Roibás
La vacancia que ha dejado Marcos Peña en el imaginario colectivo se ha hecho intolerable. Ya es tiempo de que le pongamos nombre y apellido al causante de tantas angustias entre políticos. Al fin y al cabo, siempre terminamos teniendo la culpa de todo.
Claro, antes la culpa de todo era de Marquitos. Pero ahora, nos bautizan peyorativamente y sin preguntar como “los trolls de Macri”. Lo más grave es que no reconocen nuestra labor, nuestro “sangre, sudor y lágrimas”. Tenemos que ver a personajes como José Luis Gioja sacar cálculos inexplicables sobre las horas que dedicamos a twittear. Somos un poco incomprendidos por los autoritarismos, lamentablemente o no. También por una parte del periodismo.
Es que la dirigencia no entiende el tiempo que dedicamos a esto, el esfuerzo, el amor. Pero no es tan difícil: es el mismo tiempo que dedican ustedes a “rosquear”. Solo que nosotros en el medio de todo eso tenemos que parar la olla. Por eso, tenemos a uno que trabaja de diseñador web, otro que vende picadas, otro que es periodista independiente, otro que hace ilustraciones; y así andamos, como podemos por la vida: dando lo mejor.
Somos productores cotidianos e involuntarios de los programas de TV. Pero no solo eso, mostramos todo lo que está pasando en tiempo real y sin filtro. Y claro, cuando creemos que hay que pegar, pegamos. Es que no necesitamos quedar bien con nadie.
En el medio, sindicatos como el de camioneros piden un 130% de aumento en paritarias. Ser troll viene siendo un mal negocio, lo sabíamos desde el principio. Por eso, a veces nos preguntamos si necesitamos un sindicato de trolls en la Argentina. El problema es que no nos gustan las mafias; somos un poco, como se dice, “almas libres”.
Pero tranquilos, así estemos comiendo una lata de arvejas por día, vamos a seguir. Porque: ¿Quién va a mostrar las fiestas clandestinas, las compras con sobreprecio, las vacunas que se dan entre amigos, la hipocresía del progresismo que supimos conseguir y que nos trajo hasta acá, si no lo hacemos nosotros?
El único premio al final del camino que buscamos es que no nos tomen más por boludos. Algo de eso estamos haciendo, día a día, desde nuestros teléfonos. A veces un poco mejor, a veces un poco peor. Igual la mayoría de las veces nos seguimos sintiendo como boludos. Pero bueno, eso es algo que le pasa a todos los argentinos.
En un país acostumbrado a que tomen por la fuerza a las empresas, las calles y las escuelas; nuestra fuerza está en las ideas y en la creatividad. Pero quizás lo que más les duele a muchos es otra cosa: que hablemos.